jueves, 3 de noviembre de 2016

Critica al desarrollo moral de Piaget


Aparentemente, en esta realidad continua y vivida inconscientemente, el hombre aparenta saber su bien moral. Aparenta, además, presuponer “hacer el bien y evitar el mal” como lo más natural posible. Y digo “aparentemente” porque el hombre vive engañado en su propia mentira o por lo menos en sus propias falacias.
¿Qué es el bien? ¿Qué es el mal? ¿Debemos hacerlo?, ¿Debemos evitarlo? ¿qué es lo que realmente deberíamos hacer? y sobre todo ¿en qué condiciones o circunstancias nos encontramos para saber actuar?
La pregunta por el “deber ser” del hombre nos ha sido impuesta por la religión, serían las palabras que algunos no pocos no ilustrados, y sobre todo no pocos resentidos de la sociedad actual, darían por comentario. Algunos cuantos “pocos” y del mismo nivel que sus predecesores explicarán “el deber ser” del hombre por medio de la historia, otros no tan pocos tratarán de explicar aquel “deber ser” por medio de la jurisprudencia y otros no tan pocos, justificarán su “deber ser” por medio de estudios teórico-práctico de la psicología. Lo que han olvidado estos personajes es a aquel individuo que por exigencia y sobre todo por excelencia es capaz de decir que es lo que debemos hacer en un determinado contexto, es decir: el filósofo.
¿Qué es realmente es ese “deber ser” según una naturaleza natural o naturaleza convencional o una naturaleza mixta? ¿Qué es lo que debemos pretender, en nuestro compromiso con la verdad desarrollada como bien moral?
Lo que presupone todo hombre, ya sea cualquier tipo de hombre del que hablemos, el historiador, el jurista, y hasta el psicólogo, tiende a presuponer tres puntos muy objetivos como lo son: a) el conocimiento práctico del bien moral, es decir presupone la captación del bien que es posible realizar, b) presupone el juicio acerca de la cualidad moral de las acciones, es decir el juicio que hago corresponde a un tipo de moralidad tácita; y por último, c) presupone la deliberación de que acción es la más adecuada, es decir el dar por hecho que estoy capacitado a elegir que acción es la mejor y correcta en cada situación moral. Ante estas presuposiciones se establecen mediante estudios ya sean biológicos, juristas, históricos, o psicológicos, lo que es el bien moral del individuo.
Por ejemplo, tenemos el estudio desarrollado por Piaget y Kohlberg que tienen como punto de referencia el desarrollo moral centrado en el niño. 
Lo que hizo Piaget fue establecer tres etapas del desarrollo moral, en aquella primera gran fase del desarrollo del individuo, que se caracteriza por esa especie de “evolución” cognoscitiva propia del ser humano, Piaget trató de entender la naturaleza del deber ser del hombre, aquella moralidad, enmarcado en un contexto biologista, pues justificará su teoría en edades determinadas por el desarrollo mismo de la estructura del ser humano.
Piaget justificará su estudio en el aspecto estructural cognoscitivo, es decir justificará su propia teoría en un sistema de reglas, donde la moralidad tendrá valor en las normas, donde podremos encontrar la primera forma de jurisprudencia temprana. Establecer “hacer el bien y evitar el mal” por medio del cumplimiento de reglas establecidas por el mismo hombre. Este sistema se dividirá en tres momentos:
Etapa pre moral
Esta etapa abarca los primeros años de la vida del niño, éste aún no tiene conciencia de las reglas, por lo cual sólo esta potencializado para desarrollar más adelante su capacidad moral por sí mismo, la moralidad ahora le viene impuesta por los referentes adultos. No tiene la idea consciente de moralidad por razonamiento abstractos. Los mandatos deben ser acatados por la autoridad de quien se desprende, se da por sentado que esta autoridad tiene una autonomía de la moralidad. En el niño no se presenta la voluntad autónoma, se rige por una regla universal sin comprenderla pero que es aceptada por la autoridad de quien se desprende.
Etapa heterónoma
Abarca aproximadamente entre los 5 y los 10 años. Los niños en esta edad tienden a considerar que las reglas son impuestas por figuras de autoridad (referente familiar o social) donde la regla universal es impuesta como una dicotomía entre lo correcto y lo incorrecto, pero se olvida que lo correcto no es siempre lo bueno y no necesariamente lo incorrecto es lo malo., y no llegan a esta visión porque las normas son sagradas o por lo menos rígidas e inalterables, por ello la moralidad de los actos o bien son premiadas o terminan por ser castigadas. De alguna manera se da el primer paso a esa voluntad autónoma pero no termina por desprenderse de esa heteroneidad, se sigue objetivizando, pero no regresa a una racionalidad abstracta de la moralidad en sí. 
El sistema de reglas o normas en la etapa heterónoma va dejando de lado a la autoridad del referente mayor, por una igualdad entre compañeros de juegos. El respeto por las normas se ve afianzada por la propia normatividad consensual entre pares o iguales. Aparece la primera forma de contrato implícita dada por las reglas de juego. Se pone límites a la voluntad que aún no termina de decidir por sí mismo. Surgen sentimientos morales como la honestidad y la justicia necesaria para el desarrollo del propio juego. El peligro de esta forma de moral, es que el sistema de reglas quede aislado para los juegos.
Etapa autónoma
A partir de los 10 años los niños ya se percatan de que las reglas son acuerdos arbitrarios que pueden ser impugnados y modificados con el consentimiento de las personas a las que rigen, por lo cual la moralidad queda abierta a un relativismo, donde los jugadores establecen su propio sistema de normas o reglas, donde suele darse la no exigencia a la norma moral, esta puede ser cumplida como no, pues se ha perdido la visión de premio o castigo.
La autonomía de la voluntad sobre la naturaleza natural o sobre la naturaleza consensual o naturaleza mixta de la moralidad cae en un relativismo moral, se general principios universales dependiendo de una particularidad o particularidades, donde el adolescente como individuo autónomo tomará su propia decisión, su autonomía se caracterizará por no ser sometida por algún referente familiar o social. El individuo se independiza de la moralidad tradicional e intenta establecer su propia moral, ya que es autónoma, por ello la moralidad puede quedarse en las intenciones más que en las consecuencias de esas intenciones.

El niño y adolescente puede realizar operaciones abstractas, lo que revela de algún modo su propia naturaleza a hacer el bien y evitar el mal, integrándolos a sus propios sistemas morales personalizados manifestando en contra de un orden moral exterior o heredado por tradición.