lunes, 24 de octubre de 2016

Diosa de Tulipanes

Tu no indiferencia no aumento mi pasión…
Ambos supimos que nos deseamos desnudos,
Deseosos de gozo.
Yo…
No cierro los ojos para verte,
al contrario,
los tengo bien abiertos para verte y sentirte como la diosa que eres.
No miro al cielo, porque el cielo es el suelo que pisas al andar,
El que mire al cielo…
sólo para verte, no trascenderá lo Diosa que eres.
Al que te diga que eres su Ángel,
no ha visto la naturaleza divina que eres.
Yo no quiero ser bendecido por la diosa de tulipanes,
Yo quiero pecar junto contigo mi diosa del eros
Tu cuerpo no es miel, tu cuerpo es néctar del manjar divino.
Mi diosa de lo impuro

hazme tuyo para no sentir el herido corazón.

“La filosofía como refugio ético”


El siguiente trabajo tiene como propósito el presentar de manera histórica, cómo el hombre, a través de su existencia, en las diferencias situaciones de su vida, se ha visto arrojado o puesto en el mundo. Donde, aquel hombre, se ha percatado no sólo de su existencia, sino de su existencia entregada a la acción.
A lo largo de la historia, nos hemos encontrado y nos encontraremos con una serie de dilucidaciones acerca de lo que es el buen comportamiento del hombre en sí, para sí y en sí, para los demás, es decir, aquella sociedad que es creada por el mismo hombre y que naturalmente, al mismo tiempo, lo recibe; llegando de esta manera a la posibilidad del desarrollo de un estado, lo cual, lo hemos podido comprobar, a lo largo de la misma historia de la filosofía, ya desde una perspectiva del devenir teleológico aristotélico  o por parte del idealismo alemán, en aquel desenvolvimiento dialéctico del “Geist” absoluto.
La ética, como reflexión filosófica de la moralidad acumulada en y del hombre, desde que el hombre es tal, tiene como propósito sobresalir como disciplina en una, ya no sólo sociedad enferma, sino en una cultura enferma, por el “pragmatismo” y “tecnologismo”, que constituyen las manifestaciones más evidentes del malestar actual,  expresadas en aquella vacía realidad del ser humano, que ha perdido su naturaleza especulativa o teórica; con lo cual, ha perdido también su bidimensionalidad o en palabras de G. Reale ha perdido aquel “segundo viaje”, refiriéndose a Platón. El hombre ha perdido su capacidad natural de conocer, tal como había sostenido el gran estagirita en la primera línea de su metafísica.
Dicho esto, es necesario aclarar la anterior afirmación, ya que nos podría traer no pocos problemas. No es que el hombre haya dejado de conocer, si no es que, aquel hombre, ha tenido una actitud de poco respeto a su propio conocimiento. Es decir, no ha tenido una actitud ética y/o moral en su compromiso con la verdad, ya sea esta, poiética, práctica o especulativa; lo cual, explicaría mejor, el decaimiento, e incluso eliminación parcial y/o total del saber teórico contemplativo. Lugar que ha sido ocupado por el conocimiento más que práctico, por el saber poiético, que, por naturaleza, ignora lo que hace. Así, aquel hombre, ya no se preguntará por el fundamento de lo que hace ni cómo lo hace, es decir, si corresponde adecuadamente o no a la naturaleza de su existencia entregada a la acción teleológica.
La ética, como disciplina filosófica, tiene el gran inconveniente de presuponer, lo que entiende acerca del hombre. Presupone, que éste, ha sido desarrollado y a la vez estudiado por una buena o correcta antropología y termina, erróneamente, por hablar de un hombre abstracto. Para no perder la costumbre, nosotros también caeremos en aquel error, pero no sin antes, por lo menos, mencionar los tres grandes presupuestos de la ética:
a) Presupone el conocimiento práctico, es decir presupone la captación del bien que es posible realizar.
b) Presupone el juicio acerca de la cualidad moral de las acciones.
c) Presupone la deliberación de que acción es la más adecuada.

El problema y al mismo tiempo error, de presuponer estos puntos, es que dejamos, para variar, al hombre unamuniano, por decirlo de algún modo. Es decir, dejamos a aquel hombre de carne y hueso, aquel que sufre, que llora, que muere y sobre todo muere,  para estancarnos en la idea de un hombre abstracto subjetivo propio de la modernidad.
Si bien la ética es la misma antropología entregada a la acción, es decir la antropología desenvolviéndose o haciéndose objetiva, no podemos caer, como solemos hacerlo, en hablar de un hombre abstracto. El hombre esta clavado a su tiempo y a su historia, está condicionado por su geografía, por sus circunstancias, por su voluntad, por su razón y también por su fe, de eso que hablo Santo Tomás con toda claridad en aquellos principios intrínsecos y extrínsecos, que ayudaban y ayudan a una interpretación integral del ser humano.
Antes de seguir con ideas un tanto sueltas pero que encierran una gran verdad, debo explicar el sentido histórico de la ética y como ésta (la ética) se ha convertido en refugio del hombre de saber teórico. ¿Por qué presento la idea de refugio? Pues parto de aquella cultura que habíamos caracteriza por su ser patológico, que se define, por esencia, y, sobre todo, define al hombre, por ausencia de ser, es decir, un vacío, y en este caso un vacío moral. De donde desprendo además el siguiente camino “obligatorio” que debe recorrer el hombre teórico.
1.      Es necesario que el hombre teórico huya del “sistema” se aleje de ese vacío moral, y busque asilo ya no fuera de sí, sino dentro de sí mismo, en aquel imperativo de la Grecia antigua “Nosce te ipsum” que “casualmente” se encuentra ligado a la divinidad y por lo tanto a una religión.
El hombre teórico, en primera instancia, debe rehuir de todo diálogo externo con los demás, pues aquellos, están afectados por dicha enfermedad.
En esta situación dramática del mismo hombre, estos personajes, caracterizados por su ser patológico, se han escogido así mismos sin hacer distancia necesaria para la reflexión; y al proceder de esta manera, al no haber distancia, se han terminado por aniquilar y terminan por aniquilar a los mismos filósofos.
El concepto de persona moral necesita de un desplazamiento más que histórico y jurídico, necesita de una distancia para poder captar y acertar su propio bien. Lo cual, revelaría, de cierta forma, que el hombre no es ninguna tabula rasa sin noción alguna de bien o mal moral.  El hombre sabe que necesita de una distancia, de un recorrido, que se da en la historia, para poder reconciliarse con su propio bien. Idea que encierra la no solo exterioridad del bien, si no que lo reafirma presuponiendo lo primero, es decir, la necesidad de refugiarse para saber que es el bien, y sólo, después, poder realizarlo.
2.      En segundo lugar, es necesario que el hombre teórico “deba” acoger por experiencia a “eso algo” (razón natural) o a “ese alguien” (ser divino) que sobrepase su propia reflexión crítica.
El hombre tiene la obligación moral de conocer, pues de “eso algo” o de “ese alguien” se desprenderá su moralidad. Y por ello, “debe” aislarse, “debe” refugiarse en algún lugar donde pueda inclinar la cabeza para poder sentirse seguro de sí.  Y más que sentirse seguro, es experimentar, que, a través, de su conocimiento teórico ha llegado a una verdad moral, es decir a un bien.

3. En tercer lugar, el hombre teórico, debe buscar una hermandad dedicada a la diaconía moral y/o ética, pues el hombre, ya sea como se nos presente, contractualista o no, no puede vivir en un estado de guerra “perpetua”.
El hombre, y no sólo el teórico, necesita de esa cierta fraternidad para el socorro no sólo de los pobres morales sino de los ricos no morales. Es decir, brindar un sitio de acogimiento con el propio ejemplo. Donde precisamente radicará la función natural del filósofo, el ser ejemplo, por ser aquel ser, que ha llegado a la perfección del conocimiento, por su mismo compromiso con la verdad, el filósofo es aquel que debe respetar su propio compromiso particular y social. Aquel pensar por los que no piensan y actuar bien por los que no actúan bien.
Dicho esto, entraremos a la parte histórica en cuestión moral; como ya nos ha enseñado la historia, y esto, si la historia realmente nos pudiese enseñar.  Casi siempre la moralidad se ha desprendido de una religión.  Esto con el objetivo de salvaguardar al alma post mortem. Antes que el cristianismo, el platonismo, gracias a la tradición órfica, ya se hablaba de la existencia del alma independiente del cuerpo. Sin querer entrar a grandes detalles, pues no lo hay, el núcleo de la religión órfica será expresada con ayuda de G. Reale, de la siguiente manera: a) En el hombre se alberga un principio divino, un demonio (alma) que cae en un cuerpo debido a una culpa originaria. b) Este demonio no sólo preexiste al cuerpo, sino que no muere junto con el cuerpo, y está destinado a reencarnarse en cuerpos sucesivos, a través de una serie de renacimientos, para expiar aquella culpa originaria. c) La vida órfica, con sus ritos y sus prácticas, es la única que está en condiciones de poner fin al ciclo de las reencarnaciones, liberando así el alma del cuerpo. d) Para quien se haya purificado (para los iniciados en los misterios órficos) hay un premio en el más allá (para los no iniciados, existen castigos)
De lo anterior, desprenderemos nuestra propia interpretación. Si nuestra salvación depende de la voluntad de los dioses, ¿no es un poco ilógico pretender salvarnos?, pues ya poseemos una condición divina. Podremos, acaso, preguntarnos realmente ¿qué es lo que nos salva? Si la religión órfica nos decía que el demonio (el alma) ya era algo divino, luego ¿de qué tendríamos que salvarnos? O es que los dioses también necesitan salvarse. Entonces, ¿es necesario admitir en la religión órfica una jerarquía de dioses?, donde unos podrían llegar a condenarse naturalmente y otros ser condenados e incluso otros podrían salvarse.
El hombre (órfico) se percataba de su propia condición divina, pero arrojada por una culpa original, la cual no negaba ni podía dejar de lado, (la condición divina) pues si lo hubiera hecho, ya no hubiera podido regresar al más allá, a esa especie de límite o finitud de constantes movimientos circulares. Este hombre -alma divina caída- se presenta por la composición de dos principios, el espiritual y el material, los cuales se encontraban desquebrajados, en una dicotomía distante y con distancia. El alma, aquel demonio, tenía que volver a su origen, pero al volver, tenía que despojarse de su materialidad, la cual estaba asociada con lo que le impedía retornar a su lugar de principio, por lo cual, la materialidad seria adjetivable con el carácter moral de malo.
Como vemos, la religión a modo de primer lugar de refugio ético y/o moral, es la primera forma de batalla contra toda postura que ve en y al hombre en una ni exclusiva unidimensionalidad de todo comportamiento naturalista. De ello, desprenderemos una interpretación de la ley natural, que se presentará como una naturalidad de la ley divina en su propio contexto.
Es decir, la ley natural, de la religión órfica, es comprender que, en esta especie de totalidad divina de realidad, en la cual se encuentra el hombre, ya no sólo caído sino vuelto al premio eterno, (dicha ley) consistiría en ser simplemente lo que eres, divinidad, en contraposición de la futura falacia naturalista, ser lo que eres, y eres naturaleza pura, donde se perderá aquello que la religión siempre ha combatido, aquella no escatología.
Para los órficos la ley natural, se presentará como aquella naturalidad de la ley divina, no tanto un “ordo rationalis”, sino simplemente un “divinus ordo” aquella determinación de ser siempre divino.
El segundo paso histórico ético y/o moral, corresponde a la edad griega. Habrá que distinguir, como lo hizo de manera precisa J. Ratzinger en su libro Introducción al cristianismo, aquella distinción de divinidades dentro de una misma Weltanschauung. Ratzinger hace referencia al Dios de la Fe y al Dios de los filósofos, a lo cual dominaré, la religión de la fe y la religión de los filósofos, donde podríamos hacer una distinción adicional, como se hizo en el capítulo IV de la encíclica Fides et Ratio, el dios de los paganos y el dios de los filósofos.  Y la elección, por parte, del cristianismo por el dios de los filósofos. Vemos, como en la misma cosmología se ha podido distinguir, tres tipos ya no sólo de saberes sinos tres tipos de sacralidad(es). La primera el dios de los paganos, la segunda el dios de los filósofos, y por último el dios de los cristianos.
A esto no añadiremos más que algunas cuentas interpretaciones, pero en el fondo lo que queremos decir es lo que ya habíamos dicho, cuando hicimos referencia a la religión órfica, es decir la religión como refugio ético natural del hombre y la batalla que da, en contraposición de toda interpretación naturalista del propio hombre, que tiene como principio el sólo cumplimiento de la norma externa.
a)      El dios de los paganos, y no en el sentido déspota del término, sino simplemente aquella creencia caracterizada por un politeísmo sagrado. Qué vamos a decir sobre la presencia cotidiana de los dioses griegos, que ya no lo haya dicho Homero en sus grandes poemas, como lo son la Ilíada y la Odiosa. En ellas, vemos la naturalidad de la bidimensionalidad del hombre griego y la presencia real de las divinidades de la Grecia “primitiva”, por ejemplo, en el capítulo V de la Ilíada tenemos la narración de la lucha de mortales e inmorales, o en el capítulo VII donde la batalla es ininterrumpida por el dialogo entre los inmortales. Donde Zeus se destaca por su autoconciencia de ser el más poderoso, entre los demás dioses, pues ordena a los demás inmortales: “Nadie debe ayudar ni a los aqueos ni a los troyanos…” o en la Odisea, en el capítulo I, donde se da el concilio de los Dioses y la exhortación de Atenea. Esta implora a Zeus por el regreso de Odiseo, argumentando que Ulises había hecho muchos sacrificios a Zeus. Zeus responde a aquella súplica, de la siguiente manera, “yo no estoy en contra de Ulises ni de su regreso, el que estaba era Poseidón, pues Ulises cegó al ciclope Polifemo, uno de los hijos de aquel dios”.
Sin querer entrar en más detalles, en los que podemos extendernos y perdernos, por la riqueza de dichas narraciones, podemos ver, muy aparte de las experiencias particulares que tuvieron los griegos primitivos con aquellas divinidades no purificadas, la intencionalidad que se desprende directa o indirectamente de la poesía, por ello, presentaré a la poesía como “segundo refugio ético y/o moral del hombre teórico”, en donde se aprendía y enseñaba la ley natural, por medio de una ley divina.
Obviamente habrá que hacer y entender la distinción que realizo Platón en su dialogo Ion,  al referirse no solo al poeta como un recitador de los poemas de homero y los recitadores que hablaban de sus propias poesías. Acudiendo a Sócrates, Platón, nos dice lo que es aquel recitar, “lo que te mueve a hablar bien de homero, no es una técnica, pues si la tuviera, hablaría de los otros poetas también de buena manera, pero vemos en la realidad, que Ion no habla de otros. Lo que realmente te mueve hablar así de Homero es una fuerza divina” y párrafos luego dirá: “los buenos poetas serán todos aquellos no poseedores de una buena técnica, sino que están endiosados y posesos”.  Por lo cual, sostenemos la idea de la poesía como hechura de los dioses y no de los hombres, siendo esto así los hombres que poseen este arte, es decir los poetas, son los intérpretes de los dioses, mientras que cualquier otro imitador, será intérprete de los intérpretes.
Con esto, quiero decir, que la poesía tiene un propósito pedagógico moral, y en esto, estoy en desacuerdo profundamente con la otra idea del maestro de Aristóteles, en su teoría de una polis sin poetas; pues la poesía el fondo y con el paso previo de desmitificar los mares, los ríos, las plantas, etc. Nos habla de cuestiones fundamentales de la vida, nos habla de la lejanía del hogar y su verdadero valor, de la casa paterna, del comer en familia, el valor de ella, del matrimonio, de la fidelidad de Penélope, del valor de lo conseguido con el esfuerzo del propio trabajo, el respeto al huésped,  entre otras cosas, de las que Ulises se vio alejado por soberbia, ese crecimiento para arriba no sólo de la razón sino también de la voluntad, ese enfrentarse a lo sobrenatural en esa especie de teología no de caridad sino de soberbia especulativa. El ingenio de Ulises fue su mayor pecado -amartia- con lo cual, reconocemos, otra vez, que detrás de la ley divina existe una ley moral natural, la cual puede ser asimilada o anulada por el hombre, pues vemos que, en diferentes contextos, de las diferentes divinidades, tanto las órficas como las de la Grecia primitiva, y posteriormente, la religión purificada de los filósofos, mandaran el buen comportamiento. Las creencias pueden ser distintas, pero lo que compartirán, es el buen comportamiento moral del hombre y no de la naturaleza en general.  La poesía como segunda forma de refugio ético responderá a nuestras preguntas universales fundamentales.
b)      El dios de los filósofos, se refiere a aquella cristalización o purificación de aquellas divinidades paganas, siendo su mayor exponente Jenófanes. He aquí una de sus grandes máximas para reafirmar lo dicho anteriormente. “Un dios es el sumo entre los dioses y los hombres, ni en su forma ni en su pensamiento es igual que a los mortales”  Así, este filósofo accedía a un conocimiento perfecto, para su contexto de la divinidad pura, prescindiendo de toda realidad antropomórfica, olvidando intencionalmente los movimientos psíquicos, corporales y morales, que enfermaban a lo divino, con la corrupción humana, y con el devenir. Si algo caracteriza a lo divino es su eternidad, y por lo tanto su universalidad.
Dentro del contexto de la religión purificada de los filósofos griegos; el hombre como ser teórico, no sólo se preguntó por su existencia, a la vez se preguntó por su condición moral de su propio conocimiento, es decir por aquella existencia entregada a la acción en busca de la verdad, y por ende de su propio bien; si no hubiera sido así, Aristóteles no hubiera llegado a la separación de saberes y el compromiso moral de cada uno de ellos, sobre todo y por excelencia, el conocimiento de tipo contemplativo o teórico, pues al contemplar la verdad, ha tenido que descubrir su verdadero bien, el cual lo ha “obligado” a vivir de una forma epistemológica propia, que se traduce a una buena vida moral, donde ya no se hablaría propiamente de una recompensa de un más allá “hadeatico”, sino un más allá especulativo.
El problema de los inicios de la filosofía purificada se nos presenta con los filósofos presocráticos, en sus teorías del primer principio.  Directamente, la mayoría de ellos, nos llevarán a un naturalismo. Siempre y cuando el primer principio materialista no sea tal principio, es decir, si el primer principio, se presentase de una manera científica, entendida ésta de forma descontextualizada, así caeremos en aquel error naturalista; pero por necesidad de contexto, tal primer principio caerá, por su propio peso, en la idea de una justificación metafísica del agua, del aire, del fuego, entre otros. En el fondo, el primer principio material se convertirá en una especie de teología natural, donde la ley natural se manifestará en aquel lugar que ocupes según tu propia naturaleza. Podríamos llamarlo un naturalismo metafísico.
Con Platón, se va purificando más la idea de bien y sobre todo la idea de virtud, pues ya en sus diálogos nos lo mostraba.  La idea de bien, no es la idea de Dios, por lo cual, no podríamos realizar una exposición cayendo en este error. Para Platón, lo más propio del alma es la realización del bien según su naturaleza, y la pregunta formal que tendríamos que realizarnos es: cuál es la naturaleza del hombre teórico para este autor, a lo cual responderemos con sus propias palabras.
Sóc. - … debemos hablar de los corifeos. ¿Para qué mencionar, a gente que es inferior a éstos en la práctica de la filosofía? En primer lugar, comenzaremos diciendo que aquéllos desconocen desde su juventud el camino que conduce al ágora y no saben dónde están los tribunales ni del consejo ni ningún otro de los lugares públicos… No se paran a mirar ni prestan oídos a nada que se refiera a leyes o a decretos, ya se den a conocer oralmente o por escrito. Y no se les ocurre ni en sueños participar en las intrigas de las camarillas para ocupar los cargos, ni acuden a las reuniones ni a los banquetes y fiestas que se celebran con flautistas, Además, el hecho de que alguien en la ciudad sea de noble o baja cuna o haya heredado alguna tara de sus antepasados, por parte de hombres o mujeres, le importa menos, como suele decirse. que las copas de agua que hay en el mar. Ni siquiera sabe que desconoce todo esto, ya que no se aleja de ello para granjearse una buena reputación. Ocurre, más bien, que en realidad sólo su cuerpo está y reside en la ciudad, mientras que su pensamiento estima que todas estas cosas tienen muy poca o ninguna importancia y vuela por encima de ellas con desprecio. Como decía Píndaro, él se adentra “en las profundidades de la tierra” y lo mismo se interesa por su extensión, cuando se dedica a la geometría. que va “más allá de los cielos” en sus estudios astronómicos. Todo lo investiga buscando la naturaleza entera de los seres que componen el todo, sin detenerse en ninguna de las cosas que le son más próximas.
“Teod. - ¿Por qué dices todo esto, Sócrates?
Soc. - Es lo mismo que se cuenta de Tales, Teodoro. Éste, cuando estudiaba los asiros, se cayó en un pozo, al mirar hacia arriba, y se dice -que una sirvienta tracia, ingeniosa y simpática, se burlaba de él, porque quería saber las cosas del cielo, pero se olvidaba de las que tenía delante de sus pies. La misma burla podría hacerse de todos los que le dedican su vida a la filosofía. En realidad, a una persona así le pasan desapercibidos sus próximos y sus vecinos y no solamente desconoce qué es lo que hacen, sino el hecho mismo de que sean hombres o cualquier otra criatura. Sin embargo, cuando se trata de saber que es en verdad el hombre y que le corresponde hacer o sufrir a una naturaleza como la suya, a diferencia de los demás seres, pone todo su esfuerzo en investigarlo y examinarlo atentamente. ¿Comprendes, Teodoro, o no?” 
Con estas profundas palabras reafirmo mi posición acerca sobre el hombre teórico. En primera instancia, a aquel, no debe importarle, el dialogo con los demás, primero es necesario en el orden platónico, la importancia sobre sí mismo, para poder descubrir que le corresponde hacer o sufrir según su propia naturaleza. De lo cual desprendemos el sentido moral del accionar platónico, ya no hablamos de las divinidades, ni de la exigencia ética que piden estas al hombre, ahora el hombre camina contemplando si bien a los astros, se contempla así mismo en un compromiso moral epistemológico, en aquella idea de Bien, por medio de la reminiscencia. (es decir el hombre platónico tiene el compromiso moral epistemológico de llegar a su propio bien)
A diferencia de la poesía, donde la enseñanza nos venía de la polirealidad sagrada, ahora la exigencia moral nos viene desde nuestra propia interioridad, de aquella realidad purificada. Con los cual, el verdadero filósofo, quien ama contemplar la verdad por excelencia, obtendrá de su propio conocimiento el compromiso moral y/o ético. En el fondo, y esto debe ser por el propio contexto del devenir, propia de la concepción griega, Platón establecerá la realización del bien, en cuanto conocido por la razón, en aquel proceso de la reminiscencia divina, que se justificará en un “ordo naturalis”, pues como ya es sabido la realidad ha sido superada por aquel segundo viaje, es decir por aquella metafísica del mundo sublunar y supralunar. Por lo tanto, en esta purificación de lo divino, no se desecha a lo divino, si no se le perfecciona, por lo cual la ley natural purificada por el hombre teórico, seguirá siendo enseñada por aquella religión purificada. Por lo cual seguimos presentando a la ley divina en su propia naturalidad, por el propio contexto.
La de idea de moral o ética, en Aristóteles la extraeremos de su propia cosmología, la cual no las presenta de un orden jerárquico natural, pero que a la vez es sostenido, dicho “ordo naturalis”, por un “ordine metaphysico”.
No se trata de repetir teorías, sino por lo menos tratar de justificar una nueva interpretación de los hechos, aunque después de lo escrito de Platón, todo se considere un pie de página. Aristóteles, al ser más sistemático, que su profesor, podremos encontrar más rápidamente las cosas que nos convienen. Para Aristóteles, en su cosmología de ver al mundo en una no distinción de mundos como las de Platón, no significaba que haya eliminado el valor trascendente en su propuesta. Mientras que el estagirita sostenga toda su propuesta en uno o varios “noesis noeseus” habrá una justificación metafísica de la realidad existente. Y mientras se dé dicha posibilidad, habrá una puerta abierta para una religión purificada, aquel compromiso moral del propio conocimiento teórico.
Tanto para Aristóteles como para Platón, están fuertemente marcados al devenir, propio de su contexto histórico, el cual se ha caracterizado por su propia materialidad, pero al haber a estos filósofos, tanto pre como post socráticos, superar su propia materialidad, han dado lugar a una purificada religión, que no es otra cosa, sin más ni menos, que la filosofía.
Lo sorprendente de todo esto, es la propuesta de una buena vida (Eu Zen) ante un acabose del universo existente, por su particular visión del tiempo circular. ¿si todo se destruye, por qué hemos de comportarnos bien, por qué hemos de vivir una vida de virtudes tanto éticas como dianoéticas si tengo plena conciencia de mi propia destrucción?
Lo cual también nos llevaría a un radicalismo extremo expresado por el poeta y filósofo Teognis quien sostiene que “la peor enfermedad que tiene el hombre es su existencia y el mejor remedio es su pronta muerte”, cosa que había repetido de alguna u otra manera Sócrates cuando bebe la cicuta y habla con Cebes, recordándole las siguientes palabras, las cuales tienen que llegar a Eveno. “Dile que le vaya bien, y dile que, si es sensato, me siga lo antes posible.” (PLATÓN, Fedón 61b-c.) Pero el mismo Platón nos hará recordar un poco más adelante, que no debemos acabar nuestra existencia, pues lo dioses nos cuidaban mejor que nosotros, es decir, Platón nos recomendaba el no sometimiento al suicidio pues somos posesiones de la divinidad. (PLATÓN, Fedón 62c.)
Con lo cual no cabría la posibilidad del suicidio como el mejor comportamiento ético del hombre teórico. Si bien esta interpretación puede ser ingenua no podemos negarla a menos que escuchemos al mismo Platón y leer las palabras de Zaleuco en el preámbulo de sus leyes.
“…Todo ciudadano debe estar persuadido de la existencia de la divinidad: baste observar el orden y la armonía del universo para estar convencido de que la casualidad no puede haberlo formado. Se debe ser dueño de su alma, purificarla y separarla de todo mal, persuadiéndose que Dios no puede estar bien persuadido por los perversos y que no se parece en nada a los miserables mortales que se ablandan por medio de ceremonias magníficas y por sus suntuosas ofrendas. La virtud sola y la disposición constante a hacer el bien pueden agradarle. Que se trate de ser justo en los principios y en las obras, este es el modo de ser amado de la divinidad. Todos deben temer lo que conduce a la ignominia, mucho más que lo que conduce a la pobreza. Es necesario mirar como al mejor ciudadano, el que abandona la fortuna por la justicia: pero aquellos a quienes sus pasiones violentas arrastran hacia el mal, hombres, mujeres, ciudadanos, simples habitantes, deben todos acordarse de los dioses y pensar a menudo en los juicios severos que ejercen contra los culpables. Que tengan presente la hora de su muerte, la hora fatal que nos espera a todos, hora en la cual la memoria de las faltas cometidas hace nacer los remordimientos y el vano arrepentimiento de no haber sometido todas nuestras acciones a la equidad. Todos deben portarse siempre como si cada momento fuere el momento último de la vida…”

Este trabajo tuvo como propósito hacer un recorrido histórico, pero el tiempo nos ha quedado corto. Así que hemos presentado la ley natural dentro del primer contexto histórico. Donde hemos presentado la ley natural en diferentes contextos, como lo fueron la religión, la poesía y la religión purificada de los filósofos, es decir, la filosofía. En estos escenarios hemos pretendido tratar de hacer una nueva interpretación de la presencia de la ley natural, la cual hemos podido presentarla bajo la forma de la naturalidad de ley divina, en esta primera etapa de la vida moral del hombre teórico.