El siguiente trabajo
tiene como propósito el presentar de manera histórica, cómo el hombre, a través
de su existencia, en las diferencias situaciones de su vida, se ha visto
arrojado o puesto en el mundo. Donde, aquel hombre, se ha percatado no sólo de
su existencia, sino de su existencia entregada a la acción.
A lo largo de la
historia, nos hemos encontrado y nos encontraremos con una serie de
dilucidaciones acerca de lo que es el buen comportamiento del hombre en sí,
para sí y en sí, para los demás, es decir, aquella sociedad que es creada por
el mismo hombre y que naturalmente, al mismo tiempo, lo recibe; llegando de
esta manera a la posibilidad del desarrollo de un estado, lo cual, lo hemos
podido comprobar, a lo largo de la misma historia de la filosofía, ya desde una
perspectiva del devenir teleológico aristotélico o por parte del idealismo alemán, en aquel
desenvolvimiento dialéctico del “Geist” absoluto.
La ética, como reflexión
filosófica de la moralidad acumulada en y del hombre, desde que el hombre es
tal, tiene como propósito sobresalir como disciplina en una, ya no sólo
sociedad enferma, sino en una cultura enferma, por el “pragmatismo” y
“tecnologismo”, que constituyen las manifestaciones más evidentes del malestar
actual, expresadas en aquella vacía
realidad del ser humano, que ha perdido su naturaleza especulativa o teórica;
con lo cual, ha perdido también su bidimensionalidad o en palabras de G. Reale
ha perdido aquel “segundo viaje”, refiriéndose a Platón. El hombre ha perdido
su capacidad natural de conocer, tal como había sostenido el gran estagirita en
la primera línea de su metafísica.
Dicho esto, es necesario
aclarar la anterior afirmación, ya que nos podría traer no pocos problemas. No
es que el hombre haya dejado de conocer, si no es que, aquel hombre, ha tenido
una actitud de poco respeto a su propio conocimiento. Es decir, no ha tenido
una actitud ética y/o moral en su compromiso con la verdad, ya sea esta,
poiética, práctica o especulativa; lo cual, explicaría mejor, el decaimiento, e
incluso eliminación parcial y/o total del saber teórico contemplativo. Lugar
que ha sido ocupado por el conocimiento más que práctico, por el saber
poiético, que, por naturaleza, ignora lo que hace. Así, aquel hombre, ya no se
preguntará por el fundamento de lo que hace ni cómo lo hace, es decir, si
corresponde adecuadamente o no a la naturaleza de su existencia entregada a la
acción teleológica.
La ética, como disciplina
filosófica, tiene el gran inconveniente de presuponer, lo que entiende acerca del
hombre. Presupone, que éste, ha sido desarrollado y a la vez estudiado por una
buena o correcta antropología y termina, erróneamente, por hablar de un hombre
abstracto. Para no perder la costumbre, nosotros también caeremos en aquel
error, pero no sin antes, por lo menos, mencionar los tres grandes presupuestos
de la ética:
a) Presupone el
conocimiento práctico, es decir presupone la captación del bien que es posible
realizar.
b) Presupone el juicio
acerca de la cualidad moral de las acciones.
c) Presupone la
deliberación de que acción es la más adecuada.
El problema y al mismo
tiempo error, de presuponer estos puntos, es que dejamos, para variar, al
hombre unamuniano, por decirlo de algún modo. Es decir, dejamos a aquel hombre
de carne y hueso, aquel que sufre, que llora, que muere y sobre todo
muere, para estancarnos en la idea de un
hombre abstracto subjetivo propio de la modernidad.
Si bien la ética es la
misma antropología entregada a la acción, es decir la antropología
desenvolviéndose o haciéndose objetiva, no podemos caer, como solemos hacerlo,
en hablar de un hombre abstracto. El hombre esta clavado a su tiempo y a su
historia, está condicionado por su geografía, por sus circunstancias, por su
voluntad, por su razón y también por su fe, de eso que hablo Santo Tomás con
toda claridad en aquellos principios intrínsecos y extrínsecos, que ayudaban y
ayudan a una interpretación integral del ser humano.
Antes de seguir con ideas
un tanto sueltas pero que encierran una gran verdad, debo explicar el sentido
histórico de la ética y como ésta (la ética) se ha convertido en refugio del
hombre de saber teórico. ¿Por qué presento la idea de refugio? Pues parto de
aquella cultura que habíamos caracteriza por su ser patológico, que se define,
por esencia, y, sobre todo, define al hombre, por ausencia de ser, es decir, un
vacío, y en este caso un vacío moral. De donde desprendo además el siguiente
camino “obligatorio” que debe recorrer el hombre teórico.
1.
Es necesario que el hombre teórico huya del
“sistema” se aleje de ese vacío moral, y busque asilo ya no fuera de sí, sino
dentro de sí mismo, en aquel imperativo de la Grecia antigua “Nosce te ipsum” que “casualmente” se encuentra ligado a la divinidad y por lo tanto a una religión.
El hombre teórico, en
primera instancia, debe rehuir de todo diálogo externo con los demás, pues
aquellos, están afectados por dicha enfermedad.
En esta situación
dramática del mismo hombre, estos personajes, caracterizados por su ser
patológico, se han escogido así mismos sin hacer distancia necesaria para la
reflexión; y al proceder de esta manera, al no haber distancia, se han
terminado por aniquilar y terminan por aniquilar a los mismos filósofos.
El concepto de persona
moral necesita de un desplazamiento más que histórico y jurídico, necesita de
una distancia para poder captar y acertar su propio bien. Lo cual, revelaría,
de cierta forma, que el hombre no es ninguna tabula rasa sin noción alguna de
bien o mal moral. El hombre sabe que
necesita de una distancia, de un recorrido, que se da en la historia, para
poder reconciliarse con su propio bien. Idea que encierra la no solo
exterioridad del bien, si no que lo reafirma presuponiendo lo primero, es
decir, la necesidad de refugiarse para saber que es el bien, y sólo, después,
poder realizarlo.
2.
En segundo lugar, es necesario que el
hombre teórico “deba” acoger por experiencia a “eso algo” (razón natural) o a
“ese alguien” (ser divino) que sobrepase su propia reflexión crítica.
El hombre tiene la
obligación moral de conocer, pues de “eso algo” o de “ese alguien” se
desprenderá su moralidad. Y por ello, “debe” aislarse, “debe” refugiarse en
algún lugar donde pueda inclinar la cabeza para poder sentirse seguro de sí. Y más que sentirse seguro, es experimentar,
que, a través, de su conocimiento teórico ha llegado a una verdad moral, es
decir a un bien.
3. En tercer lugar, el
hombre teórico, debe buscar una hermandad dedicada a la diaconía moral y/o
ética, pues el hombre, ya sea como se nos presente, contractualista o no, no
puede vivir en un estado de guerra “perpetua”.
El hombre, y no sólo el
teórico, necesita de esa cierta fraternidad para el socorro no sólo de los
pobres morales sino de los ricos no morales. Es decir, brindar un sitio de
acogimiento con el propio ejemplo. Donde precisamente radicará la función
natural del filósofo, el ser ejemplo, por ser aquel ser, que ha llegado a la
perfección del conocimiento, por su mismo compromiso con la verdad, el filósofo
es aquel que debe respetar su propio compromiso particular y social. Aquel
pensar por los que no piensan y actuar bien por los que no actúan bien.
Dicho esto, entraremos a
la parte histórica en cuestión moral; como ya nos ha enseñado la historia, y
esto, si la historia realmente nos pudiese enseñar. Casi siempre la moralidad se ha desprendido
de una religión. Esto con el objetivo de
salvaguardar al alma post mortem. Antes que el cristianismo, el platonismo,
gracias a la tradición órfica, ya se hablaba de la existencia del alma independiente
del cuerpo. Sin querer entrar a grandes detalles, pues no lo hay, el núcleo de
la religión órfica será expresada con ayuda de G. Reale, de la siguiente
manera: a) En el hombre se alberga un principio divino, un demonio (alma) que
cae en un cuerpo debido a una culpa originaria. b) Este demonio no sólo
preexiste al cuerpo, sino que no muere junto con el cuerpo, y está destinado a
reencarnarse en cuerpos sucesivos, a través de una serie de renacimientos, para
expiar aquella culpa originaria. c) La vida órfica, con sus ritos y sus
prácticas, es la única que está en condiciones de poner fin al ciclo de las
reencarnaciones, liberando así el alma del cuerpo. d) Para quien se haya
purificado (para los iniciados en los misterios órficos) hay un premio en el más
allá (para los no iniciados, existen castigos)
De lo anterior,
desprenderemos nuestra propia interpretación. Si nuestra salvación depende de
la voluntad de los dioses, ¿no es un poco ilógico pretender salvarnos?, pues ya
poseemos una condición divina. Podremos, acaso, preguntarnos realmente ¿qué es
lo que nos salva? Si la religión órfica nos decía que el demonio (el alma) ya
era algo divino, luego ¿de qué tendríamos que salvarnos? O es que los dioses
también necesitan salvarse. Entonces, ¿es necesario admitir en la religión
órfica una jerarquía de dioses?, donde unos podrían llegar a condenarse
naturalmente y otros ser condenados e incluso otros podrían salvarse.
El hombre (órfico) se
percataba de su propia condición divina, pero arrojada por una culpa original,
la cual no negaba ni podía dejar de lado, (la condición divina) pues si lo
hubiera hecho, ya no hubiera podido regresar al más allá, a esa especie de
límite o finitud de constantes movimientos circulares. Este hombre -alma divina
caída- se presenta por la composición de dos principios, el espiritual y el
material, los cuales se encontraban desquebrajados, en una dicotomía distante y
con distancia. El alma, aquel demonio, tenía que volver a su origen, pero al
volver, tenía que despojarse de su materialidad, la cual estaba asociada con lo
que le impedía retornar a su lugar de principio, por lo cual, la materialidad
seria adjetivable con el carácter moral de malo.
Como vemos, la religión a
modo de primer lugar de refugio ético y/o moral, es la primera forma de batalla
contra toda postura que ve en y al hombre en una ni exclusiva
unidimensionalidad de todo comportamiento naturalista. De ello, desprenderemos
una interpretación de la ley natural, que se presentará como una naturalidad de
la ley divina en su propio contexto.
Es decir, la ley natural,
de la religión órfica, es comprender que, en esta especie de totalidad divina
de realidad, en la cual se encuentra el hombre, ya no sólo caído sino vuelto al
premio eterno, (dicha ley) consistiría en ser simplemente lo que eres, divinidad,
en contraposición de la futura falacia naturalista, ser lo que eres, y eres
naturaleza pura, donde se perderá aquello que la religión siempre ha combatido,
aquella no escatología.
Para los órficos la ley
natural, se presentará como aquella naturalidad de la ley divina, no tanto un
“ordo rationalis”, sino simplemente un “divinus ordo” aquella determinación de
ser siempre divino.
El segundo paso histórico
ético y/o moral, corresponde a la edad griega. Habrá que distinguir, como lo
hizo de manera precisa J. Ratzinger en su libro Introducción al cristianismo,
aquella distinción de divinidades dentro de una misma Weltanschauung. Ratzinger
hace referencia al Dios de la Fe y al Dios de los filósofos, a lo cual
dominaré, la religión de la fe y la religión de los filósofos, donde podríamos
hacer una distinción adicional, como se hizo en el capítulo IV de la encíclica
Fides et Ratio, el dios de los paganos y el dios de los filósofos. Y la elección, por parte, del cristianismo
por el dios de los filósofos. Vemos, como en la misma cosmología se ha podido
distinguir, tres tipos ya no sólo de saberes sinos tres tipos de
sacralidad(es). La primera el dios de los paganos, la segunda el dios de los
filósofos, y por último el dios de los cristianos.
A esto no añadiremos más
que algunas cuentas interpretaciones, pero en el fondo lo que queremos decir es
lo que ya habíamos dicho, cuando hicimos referencia a la religión órfica, es
decir la religión como refugio ético natural del hombre y la batalla que da, en
contraposición de toda interpretación naturalista del propio hombre, que tiene
como principio el sólo cumplimiento de la norma externa.
a)
El dios de los paganos, y no en el sentido
déspota del término, sino simplemente aquella creencia caracterizada por un politeísmo
sagrado. Qué vamos a decir sobre la presencia cotidiana de los dioses griegos,
que ya no lo haya dicho Homero en sus grandes poemas, como lo son la Ilíada y
la Odiosa. En ellas, vemos la naturalidad de la bidimensionalidad del hombre
griego y la presencia real de las divinidades de la Grecia “primitiva”, por
ejemplo, en el capítulo V de la Ilíada tenemos la narración de la lucha de
mortales e inmorales, o en el capítulo VII donde la batalla es ininterrumpida
por el dialogo entre los inmortales. Donde Zeus se destaca por su
autoconciencia de ser el más poderoso, entre los demás dioses, pues ordena a
los demás inmortales: “Nadie debe ayudar ni a los aqueos ni a los troyanos…” o
en la Odisea, en el capítulo I, donde se da el concilio de los Dioses y la exhortación
de Atenea. Esta implora a Zeus por el regreso de Odiseo, argumentando que
Ulises había hecho muchos sacrificios a Zeus. Zeus responde a aquella súplica,
de la siguiente manera, “yo no estoy en contra de Ulises ni de su regreso, el
que estaba era Poseidón, pues Ulises cegó al ciclope Polifemo, uno de los hijos
de aquel dios”.
Sin querer entrar en más
detalles, en los que podemos extendernos y perdernos, por la riqueza de dichas
narraciones, podemos ver, muy aparte de las experiencias particulares que
tuvieron los griegos primitivos con aquellas divinidades no purificadas, la
intencionalidad que se desprende directa o indirectamente de la poesía, por
ello, presentaré a la poesía como “segundo refugio ético y/o moral del hombre
teórico”, en donde se aprendía y enseñaba la ley natural, por medio de una ley
divina.
Obviamente habrá que
hacer y entender la distinción que realizo Platón en su dialogo Ion, al referirse no solo al poeta como un
recitador de los poemas de homero y los recitadores que hablaban de sus propias
poesías. Acudiendo a Sócrates, Platón, nos dice lo que es aquel recitar, “lo
que te mueve a hablar bien de homero, no es una técnica, pues si la tuviera,
hablaría de los otros poetas también de buena manera, pero vemos en la realidad,
que Ion no habla de otros. Lo que realmente te mueve hablar así de Homero es
una fuerza divina” y párrafos luego dirá: “los buenos poetas serán todos
aquellos no poseedores de una buena técnica, sino que están endiosados y
posesos”. Por lo cual, sostenemos la
idea de la poesía como hechura de los dioses y no de los hombres, siendo esto
así los hombres que poseen este arte, es decir los poetas, son los intérpretes
de los dioses, mientras que cualquier otro imitador, será intérprete de los
intérpretes.
Con esto, quiero decir,
que la poesía tiene un propósito pedagógico moral, y en esto, estoy en
desacuerdo profundamente con la otra idea del maestro de Aristóteles, en su
teoría de una polis
sin poetas; pues la poesía el fondo y con el paso previo de desmitificar los
mares, los ríos, las plantas, etc. Nos habla de cuestiones fundamentales de la
vida, nos habla de la lejanía del hogar y su verdadero valor, de la casa
paterna, del comer en familia, el valor de ella, del matrimonio, de la
fidelidad de Penélope, del valor de lo conseguido con el esfuerzo del propio
trabajo, el respeto al huésped, entre
otras cosas, de las que Ulises se vio alejado por soberbia, ese crecimiento
para arriba no sólo de la razón sino también de la voluntad, ese enfrentarse a
lo sobrenatural en esa especie de teología no de caridad sino de soberbia
especulativa. El ingenio de Ulises fue su mayor pecado -amartia- con lo cual, reconocemos, otra vez,
que detrás de la ley divina existe una ley moral natural, la cual puede ser
asimilada o anulada por el hombre, pues vemos que, en diferentes contextos, de
las diferentes divinidades, tanto las órficas como las de la Grecia primitiva,
y posteriormente, la religión purificada de los filósofos, mandaran el buen
comportamiento. Las creencias pueden ser distintas, pero lo que compartirán, es
el buen comportamiento moral del hombre y no de la naturaleza en general. La poesía como segunda forma de refugio ético
responderá a nuestras preguntas universales fundamentales.
b)
El dios de los filósofos, se refiere a
aquella cristalización o purificación de aquellas divinidades paganas, siendo
su mayor exponente Jenófanes. He aquí una de sus grandes máximas para reafirmar
lo dicho anteriormente. “Un dios es el sumo entre los dioses y los hombres, ni
en su forma ni en su pensamiento es igual que a los mortales” Así, este filósofo accedía a un conocimiento
perfecto, para su contexto de la divinidad pura, prescindiendo de toda realidad
antropomórfica, olvidando intencionalmente los movimientos psíquicos, corporales
y morales, que enfermaban a lo divino, con la corrupción humana, y con el
devenir. Si algo caracteriza a lo divino es su eternidad, y por lo tanto su
universalidad.
Dentro del contexto de la
religión purificada de los filósofos griegos; el hombre como ser teórico, no
sólo se preguntó por su existencia, a la vez se preguntó por su condición moral
de su propio conocimiento, es decir por aquella existencia entregada a la
acción en busca de la verdad, y por ende de su propio bien; si no hubiera sido así,
Aristóteles no hubiera llegado a la separación de saberes y el compromiso moral
de cada uno de ellos, sobre todo y por excelencia, el conocimiento de tipo
contemplativo o teórico, pues al contemplar la verdad, ha tenido que descubrir
su verdadero bien, el cual lo ha “obligado” a vivir de una forma epistemológica
propia, que se traduce a una buena vida moral, donde ya no se hablaría
propiamente de una recompensa de un más allá “hadeatico”, sino un más allá
especulativo.
El problema de los
inicios de la filosofía purificada se nos presenta con los filósofos
presocráticos, en sus teorías del primer principio. Directamente, la mayoría de ellos, nos
llevarán a un naturalismo. Siempre y cuando el primer principio materialista no
sea tal principio, es decir, si el primer principio, se presentase de una
manera científica, entendida ésta de forma descontextualizada, así caeremos en
aquel error naturalista; pero por necesidad de contexto, tal primer principio
caerá, por su propio peso, en la idea de una justificación metafísica del agua,
del aire, del fuego, entre otros. En el fondo, el primer principio material se
convertirá en una especie de teología natural, donde la ley natural se
manifestará en aquel lugar que ocupes según tu propia naturaleza. Podríamos llamarlo
un naturalismo metafísico.
Con Platón, se va
purificando más la idea de bien y sobre todo la idea de virtud, pues ya en sus
diálogos nos lo mostraba. La idea de
bien, no es la idea de Dios, por lo cual, no podríamos realizar una exposición
cayendo en este error. Para Platón, lo más propio del alma es la realización
del bien según su naturaleza, y la pregunta formal que tendríamos que
realizarnos es: cuál es la naturaleza del hombre teórico para este autor, a lo
cual responderemos con sus propias palabras.
Sóc. - … debemos hablar
de los corifeos. ¿Para qué mencionar, a gente que es inferior a éstos en la
práctica de la filosofía? En primer lugar, comenzaremos diciendo que aquéllos
desconocen desde su juventud el camino que conduce al ágora y no saben dónde
están los tribunales ni del consejo ni ningún otro de los lugares públicos… No
se paran a mirar ni prestan oídos a nada que se refiera a leyes o a decretos,
ya se den a conocer oralmente o por escrito. Y no se les ocurre ni en sueños
participar en las intrigas de las camarillas para ocupar los cargos, ni acuden
a las reuniones ni a los banquetes y fiestas que se celebran con flautistas,
Además, el hecho de que alguien en la ciudad sea de noble o baja cuna o haya
heredado alguna tara de sus antepasados, por parte de hombres o mujeres, le
importa menos, como suele decirse. que las copas de agua que hay en el mar. Ni
siquiera sabe que desconoce todo esto, ya que no se aleja de ello para
granjearse una buena reputación. Ocurre, más bien, que en realidad sólo su
cuerpo está y reside en la ciudad, mientras que su pensamiento estima que todas
estas cosas tienen muy poca o ninguna importancia y vuela por encima de ellas
con desprecio. Como decía Píndaro, él se adentra “en las profundidades de la
tierra” y lo mismo se interesa por su extensión, cuando se dedica a la
geometría. que va “más allá de los cielos” en sus estudios astronómicos. Todo
lo investiga buscando la naturaleza entera de los seres que componen el todo,
sin detenerse en ninguna de las cosas que le son más próximas.
“Teod. - ¿Por qué dices
todo esto, Sócrates?
Soc. - Es lo mismo que se
cuenta de Tales, Teodoro. Éste, cuando estudiaba los asiros, se cayó en un
pozo, al mirar hacia arriba, y se dice -que una sirvienta tracia, ingeniosa y
simpática, se burlaba de él, porque quería saber las cosas del cielo, pero se
olvidaba de las que tenía delante de sus pies. La misma burla podría hacerse de
todos los que le dedican su vida a la filosofía. En realidad, a una persona así
le pasan desapercibidos sus próximos y sus vecinos y no solamente desconoce qué
es lo que hacen, sino el hecho mismo de que sean hombres o cualquier otra
criatura. Sin embargo, cuando se trata de saber que es en verdad el hombre y
que le corresponde hacer o sufrir a una naturaleza como la suya, a diferencia
de los demás seres, pone todo su esfuerzo en investigarlo y examinarlo
atentamente. ¿Comprendes, Teodoro, o no?”
Con estas profundas
palabras reafirmo mi posición acerca sobre el hombre teórico. En primera
instancia, a aquel, no debe importarle, el dialogo con los demás, primero es
necesario en el orden platónico, la importancia sobre sí mismo, para poder
descubrir que le corresponde hacer o sufrir según su propia naturaleza. De lo
cual desprendemos el sentido moral del accionar platónico, ya no hablamos de
las divinidades, ni de la exigencia ética que piden estas al hombre, ahora el
hombre camina contemplando si bien a los astros, se contempla así mismo en un
compromiso moral epistemológico, en aquella idea de Bien, por medio de la
reminiscencia. (es decir el hombre platónico tiene el compromiso moral
epistemológico de llegar a su propio bien)
A diferencia de la
poesía, donde la enseñanza nos venía de la polirealidad sagrada, ahora la
exigencia moral nos viene desde nuestra propia interioridad, de aquella
realidad purificada. Con los cual, el verdadero filósofo, quien ama contemplar
la verdad por excelencia, obtendrá de su propio conocimiento el compromiso
moral y/o ético. En el fondo, y esto debe ser por el propio contexto del
devenir, propia de la concepción griega, Platón establecerá la realización del
bien, en cuanto conocido por la razón, en aquel proceso de la reminiscencia
divina, que se justificará en un “ordo naturalis”, pues como ya es sabido la
realidad ha sido superada por aquel segundo viaje, es decir por aquella
metafísica del mundo sublunar y supralunar. Por lo tanto, en esta purificación
de lo divino, no se desecha a lo divino, si no se le perfecciona, por lo cual
la ley natural purificada por el hombre teórico, seguirá siendo enseñada por
aquella religión purificada. Por lo cual seguimos presentando a la ley divina
en su propia naturalidad, por el propio contexto.
La de idea de moral o
ética, en Aristóteles la extraeremos de su propia cosmología, la cual no las
presenta de un orden jerárquico natural, pero que a la vez es sostenido, dicho
“ordo naturalis”, por un “ordine metaphysico”.
No se trata de repetir
teorías, sino por lo menos tratar de justificar una nueva interpretación de los
hechos, aunque después de lo escrito de Platón, todo se considere un pie de
página. Aristóteles, al ser más sistemático, que su profesor, podremos
encontrar más rápidamente las cosas que nos convienen. Para Aristóteles, en su
cosmología de ver al mundo en una no distinción de mundos como las de Platón,
no significaba que haya eliminado el valor trascendente en su propuesta.
Mientras que el estagirita sostenga toda su propuesta en uno o varios “noesis
noeseus” habrá una justificación metafísica de la realidad existente. Y
mientras se dé dicha posibilidad, habrá una puerta abierta para una religión
purificada, aquel compromiso moral del propio conocimiento teórico.
Tanto para Aristóteles
como para Platón, están fuertemente marcados al devenir, propio de su contexto
histórico, el cual se ha caracterizado por su propia materialidad, pero al
haber a estos filósofos, tanto pre como post socráticos, superar su propia
materialidad, han dado lugar a una purificada religión, que no es otra cosa,
sin más ni menos, que la filosofía.
Lo sorprendente de todo
esto, es la propuesta de una buena vida (Eu Zen) ante un acabose del universo
existente, por su particular visión del tiempo circular. ¿si todo se destruye,
por qué hemos de comportarnos bien, por qué hemos de vivir una vida de virtudes
tanto éticas como dianoéticas si tengo plena conciencia de mi propia
destrucción?
Lo cual también nos
llevaría a un radicalismo extremo expresado por el poeta y filósofo Teognis
quien sostiene que “la peor enfermedad que tiene el hombre es su existencia y
el mejor remedio es su pronta muerte”, cosa que había repetido de alguna u otra
manera Sócrates cuando bebe la cicuta y habla con Cebes, recordándole las
siguientes palabras, las cuales tienen que llegar a Eveno. “Dile que le vaya
bien, y dile que, si es sensato, me siga lo antes posible.” (PLATÓN, Fedón
61b-c.) Pero el mismo Platón nos hará recordar un poco más adelante, que no
debemos acabar nuestra existencia, pues lo dioses nos cuidaban mejor que
nosotros, es decir, Platón nos recomendaba el no sometimiento al suicidio pues
somos posesiones de la divinidad. (PLATÓN, Fedón 62c.)
Con lo cual no cabría la
posibilidad del suicidio como el mejor comportamiento ético del hombre teórico.
Si bien esta interpretación puede ser ingenua no podemos negarla a menos que
escuchemos al mismo Platón y leer las palabras de Zaleuco en el preámbulo de
sus leyes.
“…Todo ciudadano debe
estar persuadido de la existencia de la divinidad: baste observar el orden y la
armonía del universo para estar convencido de que la casualidad no puede
haberlo formado. Se debe ser dueño de su alma, purificarla y separarla de todo
mal, persuadiéndose que Dios no puede estar bien persuadido por los perversos y
que no se parece en nada a los miserables mortales que se ablandan por medio de
ceremonias magníficas y por sus suntuosas ofrendas. La virtud sola y la
disposición constante a hacer el bien pueden agradarle. Que se trate de ser
justo en los principios y en las obras, este es el modo de ser amado de la
divinidad. Todos deben temer lo que conduce a la ignominia, mucho más que lo
que conduce a la pobreza. Es necesario mirar como al mejor ciudadano, el que
abandona la fortuna por la justicia: pero aquellos a quienes sus pasiones
violentas arrastran hacia el mal, hombres, mujeres, ciudadanos, simples
habitantes, deben todos acordarse de los dioses y pensar a menudo en los
juicios severos que ejercen contra los culpables. Que tengan presente la hora
de su muerte, la hora fatal que nos espera a todos, hora en la cual la memoria
de las faltas cometidas hace nacer los remordimientos y el vano arrepentimiento
de no haber sometido todas nuestras acciones a la equidad. Todos deben portarse
siempre como si cada momento fuere el momento último de la vida…”
Este trabajo tuvo como
propósito hacer un recorrido histórico, pero el tiempo nos ha quedado corto.
Así que hemos presentado la ley natural dentro del primer contexto histórico.
Donde hemos presentado la ley natural en diferentes contextos, como lo fueron la
religión, la poesía y la religión purificada de los filósofos, es decir, la
filosofía. En estos escenarios hemos pretendido tratar de hacer una nueva
interpretación de la presencia de la ley natural, la cual hemos podido
presentarla bajo la forma de la naturalidad de ley divina, en esta primera
etapa de la vida moral del hombre teórico.